Hacia mucho tiempo que no volvía a aquel lugar, las cosas habían
cambiado desde mis primeras andanzas por los parajes de mi juventud. Saque la
mochila del maletero, que pesaba como un demonio, y el golpe del capó levantó
una nube de polvo, me di cuenta que algunas cosas no habían cambiado del todo,
espero que nunca asfalten este camino. Subí hacia el barracón donde ahora se
juntaban las cordadas a esperar la madrugada y con el alba empezar a la
aventura de recorrer las vías antes de que el sol friese sin piedad todo lo que
se moviera entre las grietas.
No tenía muchas esperanzas de conseguir a alguien que me
sujetara, ya que iba solo en este viaje y había parado mas que para intentar
subir, para recordar viejos tiempos y pasar un rato agradable en el ambiente
distendido de los escaladores, pero preguntaría por si acaso si algún lobo
solitario andaba a la zaga de conseguir cordada.
Ya empezaba a oscurecer y el barracón se recortaba en el horizonte
dominando la colina, un hilo de nubes púrpura hacia pensar en una inminente
puesta de sol. Entré buscando un catre libre donde tumbarme un rato antes de
preparar la cena, al fondo quedaba sitio en una litera algo desvencijada que
daba a un ventanuco por el que se podía divisar la inmensa roca inundada del
color del ocaso, ya había gente acostada revolviéndose en los sacos buscando
acomodo. Después de algunos saludos pregunte en voz alta; ¿Alguien está solo
para hacer alguna vía mañana? Se hizo un rumor que no dio respuesta y algunas
risas se podían escuchar detrás del mamparo que separaba las estancias. Me
podía haber ahorrado la pregunta, si era difícil encontrar a alguien solitario,
más raro resultaba que te aceptase como compañero.
Después de un corto silencio, entre los camastros, se revuelve
uno de los sacos girando en redondo y haciendo un ademán de aflojar el cordón,
una sombra saca su mano por el agujero haciendo sitio para apenas enseñar los
ojos, con una voz suave y dulce mitad alemana, mitad sudamericana, soltó: Yo
estoy sola..... mañana esperaba volver por mi camino, si quieres aquí tienes
una compañera de cordada.
Un poco aturdido, conté los camastros para no equivocarme a la
madrugada cuando tuviera que despertarla, salí al comedor para preparar un poco
de sopa en el infiernillo, y mientras sorbía él liquido caliente revisaba
mentalmente los riscos que había subido por la zona, para no meterme en ningún
berenjenal. Me acosté en el jergón, y pensé, bueno al final hasta voy a tener
suerte de trepar algo por aquí. No tardé en quedarme dormido, el viaje por
aquel desierto había sido agotador, cualquier superficie me hubiera parecido
algodón, con tal de estirar mis huesos.
Estaba tan a gusto que cuando me zarandeaba creía que, estaba a
lomos de un caballo en una inmensa pradera, pero era solo un sueño... una mano
movía mi hombro de manera violenta y una voz susurraba: Eh, es la hora, hay que
empezar a salir ya... sino, no podremos subir.
Desencajado intenté abrir el saco que se resistía a dejarme ver
quien osaba sacarme de aquel descanso reparador, y después de un rato de
forcejeo, con la frontal casi sin pilas pude ver su silueta, empujando el
material dentro de la mochila. Hola, me llamo Leah, musitó, me falló mi
compañero, es una suerte que tu hayas venido ayer, iba a marcharme.
Su acento daba a entender su origen, y el español lo había
aprendido sin duda en Méjico o el Salvador, no pude hacer muchas
elucubraciones, ni siquiera me pregunte que experiencia tendría en la escalada,
cuando me quise dar cuenta la estaba siguiendo por un camino pedregoso hacia el
monolito, intentaba sacar un par de frutos secos de mi bolsillo y beber algo
mientras caminábamos sin cruzar palabra. Al llegar a la zona que conocía ni siquiera
se paró a esperar, saltó por detrás de unos matorrales y siguió subiendo, mi
estado soñoliento no daba para muchas explicaciones así que seguí sin decir
nada. Cuando se detuvo, soltó la mochila y en jarras mirando hacia una estrecha
grieta soltó:
¡ ya llegamos !
No daba crédito a mis ojos, ni siquiera habíamos hablado de por
donde subiríamos, nos habíamos desviado hacia un sector que cuando yo
frecuentaba la zona ni siquiera se había empezado a abrir, ¿Conoces la vía? Le
dije. No ¿Y tu?, yo esto no sé si lo haría ni siquiera con estribos le
respondí.
Lo intentaremos igual, ¿Qué te parece? Mi orgullo masculino
salió a flote intentando no ahogarse entre los trozos de avellana que aun
estaban en mi garganta y contesté un bueno si, que no hubiese convencido a
nadie, pero ella ni se inmutó, empezó a ponerse el arnés y me comentó que la
habían hecho unos amigos y ella conocía los dos últimos largos, ya que
enlazaban con otras vías.
Desde ese largo final había que pasar una arista en la que
teníamos que colocar un protector para la cuerda, pues la reunión quedaba por
debajo de ella y rozaba mucho, - tengo aquí esto para protegerla, me indicó
haciendo ademanes al viento con una coquilla de esas que protegen los tubos de
calefacción.
Ya unidos a la cuerda y con el material colgando del arnés,
faltaba decidir el arranque de la vía. –Empieza tú, que así el ultimo me tocará
a mí. No había elección ya me había tocado el primer premio en el sorteo, me
encogí de hombros y me encamine al inicio de la pared que se me antojaba muy
complicada cuanto más me acercaba a ella.
Al llegar al arranque mire hacia arriba e hice un gesto de
incredulidad levantando las cejas. –que grado tiene esto? Pregunté.
- Yo solo conozco los grados del alcohol, soltó con una
carcajada.
Me puse al trabajo de empezar y sentí su mirada en mi espalda,
como examinado mis movimientos, preguntándose quizás con quien se había metido
a subir por aquella pared.
Por un instante no sabia donde poner los pies ni las manos, no
encontraba asidero ni resalte para empujarme hacia arriba y salir de aquel
inicio terrible, mis dedos no entraban por la fisura principal que marcaba la
vía, y los gatos se hincaban en los cristales de la roca que apenas tenían algo
de adherencia.
Y como cuando la inspiración (o quizás el orgullo) llega de
repente en cuatro movimientos salí del empiece, para encontrarme con una grieta
más ancha que dejaba sentir su interior en mis manos, así colocando algunos
friends, en mi avance subía como un autómata sin control, y la voz de Leah
retumbó en el valle, ¿si sigues subiendo habrá reunión? Entonces me di cuenta
que tenia que buscar un sitio adecuado y montar allí la espera, no había
grandes terrazas y tuve que desviarme a la izquierda para encontrar un resalte
donde clavar un clavo y asegurar mi cuerpo que no estaba muy seguro del cerebro
que lo portaba, Leah subió como un gamo hasta mi, se ancló al clavo para beber,
y dándome una palmada en la espalda, dijo: Sigo, y salió con una gracia
indescriptible hacia la grieta que marcaba la vía, su estilo era limpio y
seguro, encajaba sus puños en la grieta para coger algo del arnés o secarse con
el magnesio, y en oposición con sus piernas colocaba los seguros con una
majestad que impresionaba, en la base había vendado sus muñecas con esparadrapo
para evitar las rozaduras del granito, y llevar a cabo la escalada según su
estilo.
Reunión ¡! Gritó al viento frío de madrugada en aquel desierto,
y soltándome del clavo, seguí mi ruta sujeto a su cuerda, a veces quedaba tan
destensada que parecía imposible la subida, y soltar los friends de la grieta
se hacia un trabajo titánico, aquella mujer me pareció hecha de una pasta
especial. Cuando llegamos al penúltimo largo, en el que al final de la arista
escondía la reunión en una afilada cresta, que rompería cualquier cuerda, le
pregunté si era una buena zona para afianzarse, y me contesto que apenas tenia
un palmo de repisa donde poner los pies, cuando pasase debería estar atento a
la posición del protector que colocaría en la arista para proteger la cuerda y
que bajase unos metros hasta la reunión, la pared allí estaba desplomada y
lisa.
Con un nudo en la garganta, seca del esfuerzo, e imposible de
suavizar con el agua, empecé a asegurar a Leah en la subida por el diedro que
iba a sacarla hacia la arista, con pasos seguros avanzó empotrándose en la
fisura principal asegurándose con friends. Cuando llegó, se puso a horcajadas
en la arista, podía ver su figura recortándose en el cielo azul, agitó el
protector para que me diese cuenta de que lo iba a colocar, para empezar el
descenso hacia el otro lado, silbó y poco a poco desapareció de mi vista,
mantenía la tensión de la cuerda que la sujetaba, que se iba deslizando poco a
poco friccionando sobre el protector.
En un instante, al dejar de avanzar sobre el seguro que tenia en
mis manos, pensé que ya habría llegado a la reunión y supuse que haría el gesto
de tirar un par de veces con fuerza para indicarme que había llegado. Pasaba
demasiado tiempo con la cuerda tensa y no había señal de ningún tipo que me
indicase su llegada y mi posterior seguro de subida, aguante un rato y vocee
con la esperanza de que me oyese, pero el silencio era la única respuesta, y el
sol empezaba a pegar con fuerza en la vertiente donde estaba colgado.
De repente, sin esperarlo, la cuerda se estiró violentamente,
tenia la mano un poco floja y se fue escapando unos metros hasta que logré
retenerla en el ocho, del tirón casi salgo despedido de la reunión, mi cuerpo
estaba girado de tal forma que sujetando con fuerza apenas podía mantener el
equilibrio. Si la garganta estaba seca, mi boca era ahora un almacén de algodón
en bruto, la saliva parecía un cargamento de agujas que cortaban la garganta
sin poder pasar mas lejos, con gran esfuerzo dejé pasar un poco de cuerda y
anudé una parte al mosquetón que me aguantaba, me pareció precario aquel
enganche y decidí clavar un clavo en una grieta que salía hacia mi izquierda,
con todo el miedo que tenia en el cuerpo, apenas acertaba a coger la maza y
propinar los golpes que hincaran el hierro en la pared.
A trancas y barrancas, conseguí mi objetivo y entre golpe y
golpe me parecía oír unas voces a lo alto que la brisa y la distancia
deformaban y hacían inentendibles.
Que hacer!! Alguien cuelga de la cuerda que sujetas y tú estas
en el otro extremo intentando asimilar lo que pasa, trabajando casi como un
autómata. Una mirada hacia la cornisa y la cuerda se había salido de su
protección hacia un resalte, se veía claramente, que el trozo de espuma había
desaparecido, ahora no podía saber en que estado se encontraba la cuerda, si se
había deshilachado al rozar, si Leah podría haberse asegurado, aunque estuviese
fuera de la reunión, que dilema!! Entonces ¿qué hago?, no hay nadie en la zona,
tengo que tomar una decisión.
Espero que la cuerda que sube tensa hacia la arista no tenga
daños, porque la voy a usar de cuerda fija, le paso un prusik y me suelto de la
reunión, cuando llego al primer empotrador el cambio del nudo hacia la parte de
arriba se me hace eterno con una sola mano, apenas puedo sujetarme y abrir el
mosquetón, además es imposible quitar los seguros porque la cuerda perdería
tensión y con Leah colgando a un extremo, la arista haciendo de cuchillo, y
empotrado en la grieta seria algo que no quería imaginar.
Supongo que in extremis las decisiones que en otro momento
parecen anacrónicas, se vuelven buenas y sin pensar en las consecuencias se
actúa como te viene a la mente, así que con el nudo suelto de la cuerda y un
pie en la grieta, iba cogiéndola como un pasamanos y el pie y la mano en la
fisura, con mi cuerpo sin protección alguna.
Llegué al lugar donde la cuerda estaba aprisionada entre dos
finos resaltes, me podría poner a horcajadas y verla, así sabría lo que estaba
pasando, no hablaba, temí que se hubiese pegado un golpe, y estuviese inerte
colgando del extremo, yo no tenía sujeción alguna y estaba encaramándome a
aquel filo, para poder ver la otra vertiente, pasé un mosquetón por el arnés y
la cuerda, que nada hubiera hecho por evitar una caída, pero psicológicamente
haría que pudiese remontar hacia la arista. En cada paso me preguntaba si no
había tenido otra cosa mejor que hacer que andar de treparriscos, en aquellas
condiciones, que hubiera sido mejor coger unas cervezas y algunos chiles, para
saborearlos bajo una de aquellas vías, mientras otros eran los que sufrían,
entre clavo y clavo. Pero solo eran pensamientos reflejos, producto del estrés
que en aquél momento castigaba mi mente y mi cuerpo, que hubiera sido si la
adrenalina no hubiese hecho efecto, y me hubiera quedado atenazado en la grieta
sin poder moverme, por fortuna el impulso de mi mente hacía que a pesar de la
retahíla de pensamientos mi cuerpo avanzase hacia la arista.
Asomé la cabeza con el temor de ver a Leah echa un trapo,
colgando del extremo de aquella cuerda que se balanceaba suavemente, y en
efecto estaba en ese extremo, miró hacia arriba abrió las manos y haciendo un
gesto con ellas, soltó.
– Ya estaba preocupándome, por tu tardanza, ¡güevón!
No pude mas que soltar una carcajada por su expresión, fruto de
la laxitud después del estado en que me encontraba.
- Tu sabes que me estas insultando, le dije. Si lo sé hubiera
dado la vuelta.
Mientras, anudaba un cordino a la cuerda colgante e intentaba
asegurarme a una grieta con un pequeño empotrador, veía la reunión que estaba a
unos tres metros por encima de mí en un paso que ni quería imaginarme, a pesar
de la enorme grieta transversal que se veía, había que dar un salto desde la arista
para asirse a ella y poder llegar a la reunión. No sé que hacer le dije, si tu
te caíste, imagínate a mí...
– Me caí porque se tensó la cuerda, no estabas dando cuerda, por
eso me caí, gritó.
- Vaya ahora va a ser culpa mía, grité mas fuerte aún.
- No me importa de quien sea la culpa, pero ya llevo un buen
rato en este columpio, y tu, sigues sentado en esa arista.
¡Inténtalo!, veras como te sale, decía ella mientras la cuerda
se balanceaba suavemente, miré hacia la arista que parecía aún mas afilada, y
tomé la decisión, tenia aún varios cordinos y una cinta, los fui uniendo para
hacer una cadena que pasé por el mosquetón del empotrador, era suficientemente
largo y podría remontar, si me caía, el fisurero tendría que hacer su trabajo y
ya seriamos dos columpiándonos. Tomé impulso y salté, mi mano entró en el
resalte, podía sentir el granito arañando mis dedos pero estaba fuertemente
asido, con el cuidado que exigía la situación fui avanzando hacia la reunión
que aún quedaba casi un par de metros por encima de mi cabeza, la cadena de
cintas que había hecho se iba estirando a medida que avanzaba por la grieta,
impidiendo un avance limpio, aun me quedaba la “daisy”, una cinta de un metro
que era mi ultima oportunidad de conseguir asirme al clavo, que relucía justo
encima de mi cabeza.
Estaba debajo de la ansiada reunión, solo tenia que encaramarme
soltar un brazo, y “chapar”, parecía fácil pensarlo, pero el agotamiento hacia
mella en mis antebrazos, apenas tenia fuerza para sujetarme, iba a resultarme
difícil la maniobra, solo el pensar en caerme hacia que me pegase aun mas a la
pared, en la parte mas ancha de la grieta, metí el puño completo haciendo una
presa por empotramiento y arrastrándome por la pared con todo mi cuerpo,
rodillas, codos, pies y manos pude asirme al la cadena que colgaba del clavo,
era incapaz de abrir el mosquetón y lo dejé pasar por el pulgar mientras
descansaba aferrado como una lapa al triángulo de fuerzas, donde el vértice que
mas sobresalía era yo, con un aspecto patético, lleno de arañazos en las
rodillas, una mano empotrada aún en la grieta y la otra clavada de lleno en la
cadena, fue un momento que pareció eterno, girando la muñeca saqué el puño del
agujero, y me impulse hacia arriba sujetándome con fuerza a la reunión, ahora
podía engancharme y descansar.
El sol abrasaba la pequeña plataforma, donde estaba sujeto, roto
por el esfuerzo, y sudando mares de agua salada.
Mientras, Leah seguía en la postura que el arnés le obligaba a
tener, no había dicho ni una palabra, apenas se había dejado columpiar por
miedo a que la arista afilada como un cuchillo rompiese la cuerda.
- Como estás, le grité
- No puedo levantar la cabeza, y tengo dormidas las piernas por
el arnés, contestó.
La situación empeoraba, según él calculo de probabilidades que
Murphy había descrito con acierto, si una situación es mala, seguro que se
pondrá peor.
No me quedaba otro remedio que bajar hasta la arista otra vez, e
intentar izarla, ahora tenia la cadena de cintas y la daisy, podía tensarlo
todo y hacer un pasamanos del que enganchar el arnés. Tirando al máximo de todo
el laberinto de cintas, comprobé el empotrador con dos tirones mas, estaba bien
afianzado. Ahora mi cuerpo estaba otra vez suelto, solo unido por un mosquetón
al pasamano, volvería a bajar por la grieta hasta la arista, un camino que me
parecía diabólico, la sed hacia que mi garganta sufriese pinchazos continuos, y
mi lengua era como un corcho que daba vueltas entre las paredes de cartón de la
boca.
Volvía a cabalgar en la arista, podía ver en una vertiente la
cuerda que seguía la ruta de inicio con todos los seguros aún colocados, y en
la otra a Leah, colgando como un muñeco de esos que hay en las tómbolas, con
las manos colgando y la cabeza un poco ladeada
- Aguanta, que voy a intentar izarte. Le dije a gritos
Revise
el empotrador una vez mas y me acerque al cordino que había asido a la cuerda
de la que colgaba ella, y la fui acercando a mi arnés, para sujetarla junto
conmigo al pequeño fisurero, ya así tener la garantía de estar al menos un poco
sujetos los dos. La cuerda tenia la camisa un poco abierta dejando ver los
hilos de su interior, no era un daño excesivo pero suficiente para que en
varios roces se debilitase tanto que pudiera romper en cualquier momento.
Mis manos tenían la sangre de las peladuras coagulada, y me
dolían al intentar asirme a la cuerda y tirar para izarla, estaba totalmente
colgando de un solo empotrador y el pensamiento de una posible rotura con el
peso de los dos hacia que dudara a la hora de tirar con fuerza.
-¡Voy a tirar Leah!, en cuanto veas que puedes agarrarte hazlo.
Ella tenia calambres en las piernas y los brazos, y por sus
gestos cada vez que levantaba la cabeza adiviné que seria un trabajo complicado
subirla, con mis escasas fuerzas. Tomé la decisión y con un pie en el pequeño
resalte que sujetó la cuerda, tiré con todas mis fuerzas hacia mí, sentía la
presión del arnés sobre mis ingles y cintura, al tirar del fisurero, pero seguí
izando como cuando se sube agua de un pozo. Leah encontró algunos resaltes al
acercarse y con algún bufido me terminó de ayudar a subirla, cuando estaba a
mano me cogió por el antebrazo clavándose en mi codo y parando a tomar
resuello, bufaba y gemía a la vez un galimatías ininteligible, nos dimos la
vuelta y enganchados en el pasamanos, de cintas salimos hacia la reunión.
Cuando ya estuvimos en ella y asidos al clavo, le di lo que
quedaba en la cantimplora, que bebió de un escaso trago, mientras las agujas de
mi garganta se crecían en estalactitas enormes, o eso me pareció a mí entonces.
Soltó la cantimplora, como si empezase a desmayarse, se abrazó a
mí, el ruido del envase rebotaba por la pared como una campanilla, Leah me
apretaba con fuerza, tenia su cabeza en mi hombro y el casco hacia que mi
cuello se alejara del suyo tanto que me pareció empezar una dolorosa
torticolis, su camiseta empapada olía a manzanas fermentadas, me trajo buenos
recuerdos aquel aroma, pero en aquel minúsculo resalte, mi mente apremiaba para
salir lo antes posible de aquel infierno, la fui separando poco a poco, me
pareció que estaba llorando, pero cuando pude ver su rostro, miró de reojo y
esbozó una leve sonrisa.
- ¿Nos largamos?, le dije
Asintió,
volvimos hacia la arista y después de bajar descolgándome hasta la reunión que
había sujetado con el prusik, recuperó la cuerda y montó un rappel desde el
empotrador, íbamos a abandonar las cintas que hacían de pasamanos y salir por
la grieta, recuperando el material que aún estaba en ella y acabaríamos con la
pesadilla.
Paso a paso fuimos bajando hacia la base, con el cuerpo
magullado, y un poco mohínos, por la laxitud después del shock que habíamos
recibido, no hablamos en toda la bajada, en el ultimo rappel, la cuerda aun
quedaba a unos seis metros de la base, era para mí el peor arranque de vía que
había subido y después de aquella aventura no estaba dispuesto a descalabrarme
a escasos metros del suelo, coloqué un friend en la grieta me aseguré a el y
cuando descendió Leah, colocamos otro para ella, soltamos la cuerda y la
pasamos por el mosquetón del primer friend, repelaríamos desde allí aunque
tuviésemos que abandonarlo. Alguien lo recogería, mas tarde, o quizás quedase
allí de recuerdo por la presión de la cuerda al descender, en aquel momento
nuestro único objetivo era bajar.
Pisamos el bendito suelo y nos tiramos a la larga en él,
nuestros sonidos eran de risa y llanto a la vez, intentábamos calmarnos pero
las emociones podían con nuestra mente que estaba exhausta, fuimos acercándonos
y nos abrazamos tan fuerte como nuestros brazos nos dejaban, mascullábamos
palabras ininteligibles en nuestros idiomas, dejando que las lagrimas se
mezclaran con el sudor y la tierra rojiza del desierto.
La calma llegó de repente, y fuimos tomando consciencia y
posición de sentados, un poco avergonzados nos fuimos levantando y nos
sacudimos mutuamente el polvo de la ropa, recogimos la intendencia y bajamos
hacia el barracón, a beber en el bidón que hacia de abrevadero de la puerta,
nos hubiéramos metido dentro pero, las mulas pifiaban al ver nuestras cabezas
entrar y salir de aquel refrescante recipiente, que ya tomaba el color de la
arena.
No había nadie en la casa, y no esperamos a que regresaran,
tácitamente, recogimos nuestras pertenencias y bajamos hacia el coche que había
cambiado de color, por el polvillo del camino, mimetizándose con él.
- Acércame a la estación de autobuses, quiero salir de aquí, me
dijo.
- Me gustaría lavarme un poco, le contesté, hay un río a unos
dos kilómetros hacia el pueblo.
Asintió y después de colocar una esterilla en el asiento, cerró
la puerta y esperó encogida en él, salimos dejando una nube de polvo ocre
detrás nuestro, como si huyéramos de algo, que ni siquiera nos atrevíamos a
mencionar.
Llegamos al arroyo que bajaba escaso, pero suficiente para poder
lavarnos, y salir más frescos, nos alejamos para proteger nuestra intimidad y
refrescarnos en el agua cristalina, echamos todo el tiempo que quisimos
chapoteando, para salir lo mas relajados posible, y ya una vez secos, buscamos
algo de ropa, para cambiarnos y seguir por la carretera hacia el pueblo.
Decidimos comer lo que había quedado en la mochila, y así al
lado del río, con la ropa limpia y seca empezamos una conversación agradable y
distendida sobre la bondad del paisaje y el rumor del agua, a veces intentaba
hacer alguna gracia y ella se reía con ganas, no mencionamos en ningún momento
la experiencia vivida hacía escasamente un par de horas, como si nunca hubiera
ocurrido.
Leah
se tumbo en el prado mirando al cielo, parecía completamente feliz, le cogí los
pies y le di un suave masaje en ellos, parecía estar a gusto en aquel momento,
fuera de cualquier sensación de peligro, con su cuerpo pegado a la hierba, el
rumor del agua y una suave brisa que hacia silbar las hojas de los árboles,
mientras acariciaba sus pies, miraba mis manos que estaban llenas de arañazos,
la piel hecha jirones le hacia encogerse como en un gesto de suaves cosquillas,
sonreía y se estiraba, y mi corazón parecía latir fuera de compás.
El sol de la tarde, el mismo que nos abrasó en la pared,
empezaba a estirar las sombras de los árboles, haciéndonos saber que el día
perdía fuerza, recogimos nuestros aperos y subimos al coche. Leah se descalzó
puso sus pies sobre la guantera y bajó el respaldo lo suficiente como para ir
cómoda en lo que faltaba de viaje. La carretera parecía recién asfaltada
después de haberse casi derretido con aquel sol de justicia, un horizonte claro
dejaba ver las siluetas de la cordillera, bañadas por la luz tibia del sol que
cae hacia el oeste, aún hacia calor, las ventanillas abiertas refrescaban con
un ruido sordo el interior, de vez en cuando Leah sacaba la cabeza y dejaba que
el aire empujara su pelo con fuerza, volvía a meterse y me miraba fijo,
haciendo una pequeña mueca, sus ojos claros se me clavaban en el corazón.
Ya quedaba poco para llegar a la estación de autobuses, y sabia
que posiblemente aquellos minutos serian los últimos que estaríamos juntos,
nuestros destinos, corrían paralelos y las dos líneas que trazábamos no se
cortarían nunca mas, apenas nos conocíamos, solo el tiempo de angustia de la
bajada de la pared y el prado del río fueron los contactos más íntimos, no era
mucho, pero supongo que la sensación de cercanía que aportaba la situación
creaba un vinculo sentimental, al menos a mi corazón le gustaba sentir la
sensación de ligera euforia cada vez que ella me miraba a los ojos, cualquiera
de sus gestos me parecía una provocación, su risa limpia cada vez que yo decía
alguna tontería, hacia que sintiera mariposas en el estomago.
Necesitaba alargar lo más posible aquel regreso, y con la
disculpa del exceso de calentamiento del motor pare en un pequeño mirador de la
carretera, el sol había bajado lo suficiente como para enseñar sus mejores
colores de ocaso. La sensación de que Leah se disolvería con los últimos rayos
me pareció real, mientras, podía contemplarla recortada contra el horizonte
sentada en una de las mesas de madera, me acerque con la intención de abrazarla
y juntos contemplar los últimos rayos que iluminaban la montaña y el desierto,
había sido una experiencia demasiado intensa para no reflexionar un poco ante
el regalo de un anochecer mágico.
Y en un abrazo dulce nos quedamos mirando absortos el horizonte
rojo que iba dejando paso a las primeras estrellas de la noche, la brisa repentina
me hizo notar la tibieza de su cuerpo, hubiera querido que aquel momento se
prolongase una eternidad, pero las hadas se fueron con el ocaso y ella como
ultimo gesto me acaricio suavemente la barbilla, dándome un palmada se separó
de mi abrazo, y entró en el coche.
Había sido una suerte compartir aquellos momentos, todos, desde
la tensión de la escalada a la dulzura de los últimos minutos. Cuando llegamos
a la estación, cogió su petate y acercándose a mí me besó en la comisura de los
labios, tuve una sensación de ligero mareo, como cuando fumas tu primer
cigarrillo, sentía la sangre correr por mis venas impulsada por un corazón que
batía a golpes descompasados, cada metro que se separaba de mí, hacia que el
ruido del local pareciese mayor, unos metros más, se giró para levantar su
brazo y hacer un gesto de despedida, que pude apreciar a cámara lenta, a veces
solo recuerdo con mas intensidad ese momento en el que se paró el mundo y solo
la vi a ella agitar su mano en un adiós que no podía evitar.
Los días siguientes, ya en la vorágine de la ciudad me
parecieron faltos de contenido, grises y ruidosos, no deseaba otra cosa que
regresar al calor abrasador de aquel desierto, para revivir las sensaciones que
mi corazón demandaba, pero solo volví al riachuelo, a tumbarme en el prado y
mirar a las copas de los árboles, que jugaban con la brisa, y en mi siesta
reparadora, sentía sus caricias en mi rostro, con sus ojos dulces y claros
mirándome.
Hoy,
aún sigo enamorado.