lunes, 14 de abril de 2014

Atardecer en Oporto






Ya era tarde, la marea subía mientras el río bajaba a su encuentro, dejándose abrazar en una ola que dura hasta la pleamar, disolviéndose poco a poco, como el ocaso.

La vi desde mi mesa, estaba sentada en la terraza de la muralla, absorta en sus pensamientos liando un pitillo, su vestido de gasa ondeaba con la suave brisa que baja desde lo alto del río, encajonado por las colinas de Oporto, llevaba un sombreo de paja cubierto por su foulard a modo de protección contra el viento, sus gafas de sol escondían una mirada que se adivinaba penetrante, era muy bella, una belleza decadente, surcada por el influjo de una vida llena de experiencias extremas. En un instante, apuró su café y se levantó encendiendo el pitillo que había liado, un poco ahusado como si fuese un canuto, saludó al camarero que  le hizo una reverencia, y se fue alejando, mientras lo seguía encendiendo en dirección al puente de hierro que cruza el Duero.

Llevaba un bastón negro que manejaba con elegancia, lo dejaba colgar de la muñeca cuando intentaba colocar su sombrero mecido por el aire. En el puente, la brisa seca del interior, se intercambia con la sal marina que sube por el estuario silbando por entre las vigas de hierro. En ese paseo, su larga falda volaba dejando ver unas piernas morenas, largas como un día de verano, no hacia nada por evitar esa caricia, seguía su camino impertérrita, como si cada paso por la acera del puente fuese un piropo. El sol de atardecer que se colaba por el entramado férreo la besaba, y la brisa marina acariciaba íntimamente su cuerpo, haciendo encoger sus hombros en un gesto de placer contenido.
Las volutas de humo de su cigarrillo se mezclaban con el aire, dejando tras de si un halo de luz tamizada entre las rejillas del puente, haciendo un efecto nebuloso, como el que se cuela por las lucernas de las catedrales, iba tras ella, hipnotizado por su gesto elegante, la fotografiaba disimuladamente para atesorar ese instante mas tarde. Al final del puente, se paró para volver a encender el pitillo que se  había ido consumiendo casi hasta el final, lo apretó entre sus dedos para quitar la ceniza, en un gesto perdido hoy, acercó el mechero escondido entre su pañoleta a sotavento, miró de reojo y me vio enfocando mi vieja Leica, encendió la colilla soplando el humo en grandes bocanadas, y sonrió.

Aquella sonrisa iluminó aun mas el atardecer que teñía de naranja el cielo de Oporto. Se clavó en mi pecho como el ancla de los barcos que esperan descargar el vino añejo de sus barricas. Veló el negativo con su luz, no pude dar un paso mas, la dejé marchar calle abajo siguiéndola con la  vista nublada, húmeda por la brisa marina que también la había acariciado a ella.

Guarde mi cámara en un bolsillo, di media vuelta recordando sus labios realzados por una sutil pintura rojo oscuro, sonriendo segura de su belleza, altiva como una reina sin trono. La imaginé una y mil veces en tantos lugares como recorrí, poniéndola como personaje en todos los rincones que merecían una figura humana, incluyéndola en mis versos.

 Devolví la Leica a su lugar, en la estantería. Dentro, sigue el negativo con su imagen voluptuosa al viento del atardecer, como un tesoro encriptado en las sales de plata.


No me hace falta revelarlo, porque cada día, pongo alma a ésa sonrisa.




domingo, 13 de abril de 2014

Compañeros




A Juanjo y Dani

Víctimas de la nieve desbocada



Hoy, salgo a la torre de mi faro a pedir explicaciones,

la noche, cubre todo con su manto,

el viento, estremece mis huesos,

la luna, ilumina horizontes de montañas tan lejanas,

que apenas puedo ver, sus aristas afiladas,

solo distingo dos luceros nuevos,

almas emergiendo de las cimas,

posicionándose en el mar de estrellas,

fijas ya en la bóveda celeste,

iluminando desinteresadas los caminos:

Os saludo con mi mano compañeros,

devolvéis un guiño rutilante,

volveré mañana a mi pescante para veros,


subiré con vosotros esas cimas, ¡compañeros!




Emigrante





Saliste de tu tierra encandilado.
Por las luces que a lo lejos tintinean.
Buscando libertades sin fronteras.
Otras madres, que acojan tu tristeza.
Llegas a la vista de esas luces.
Separado por un mar impenitente.
Apoyado en el tallo de espinas que te frena.
  Al final, está el fulgor que te  marea.
Si tu esfuerzo cruza esa frontera.
Llegarás, a la luz abrasadora del destino.
Podrás seguir camino.
O quedar cegado, como la polilla,
 que muere poco a poco,
chocando en la linterna.


lunes, 22 de abril de 2013

En solitario


Ya había llegado al refugio y la niebla no se despejaba, me senté en el banco de madera que está adosado a la desgastada pared para esperar reponiendo fuerzas, que el viento disipara las nubes bajas que formaban aquella niebla espesa.
Mientras comía, repasaba mentalmente el itinerario, había soñado con aquella ascensión muchas veces y ahora estaba a poco de tener que dar la vuelta por la falta de visibilidad, pero la previsión era favorable, la cota máxima de nubes no superaba la altitud de la montaña, así que solo tenia que esperar a confirmar que el parte era correcto y seguir mi marcha.

Había decidido hacer aquel corredor en solitario, estaba bien preparado y ahora solo quería empezar a subir, la sensación de angustia crecía a medida que el tiempo no mejoraba, revise mi equipo que estaba apoyado en la pared y cuando estaba de espaldas, la luz de un claro entre la niebla hizo brillar las diminutas gotas de hielo que se formaban entre los resquicios de las piedras, di la vuelta y aunque solo duró un instante pude ver la cumbre, cargada de nieve recortada en un cielo azul cobalto, brillante y provocadora. La confirmación estaba hecha, solo habría que pasar las nubes para disfrutar de un día soleado cargado de buenas vibraciones.

Cargue la mochila y empecé la marcha por la collada hacia el arranque de la vía, debía de tener cuidado porque con aquella falta de visibilidad cualquier desvío me haría salir fuera de la ruta que había previsto.
Subí a buen ritmo, por las blancas olas de nieve venteada que hacían un paisaje monocromo entre la espesa niebla. Estaba lo suficiente sólida para caminar por ella sin peligro de hundirse, mas arriba, confiaba en que empezase a endurecer. La monotonía del ascenso sin paisaje hizo que perdiese la ruta a la mitad del recorrido, la blancura de la nieve se confundía con el entorno gris de la nube que me rodeaba, alguna piedra que no había sido cubierta por la nieve me servia de referencia para seguir caminado, aunque ya no había senda, la idea de que si seguía en línea recta me llevaría hacia la collada de arranque, hacia que me despreocupase por la orientación, no había mucho error si salía lejos de la vía, solo tendría que caminar algo mas de la cuenta.
Sentí que la niebla empezaba a moverse, era síntoma de que el collado estaba cerca, allí el viento solía batir con fuerza los días despejados, y los de nubes no seria muy diferente, en el borde de la arista que define la collada, había una cresta de nieve venteada que parecía una enorme ola a punto de romper, el terreno donde batía el viento estaba desnudo y dejaba ver entre la niebla las piedras y la tierra amontonada cerca de la cornisa. La brisa corría rápida y el frío hacia que la ropa apenas abrigase, la condensación del sudor se congelaba en pequeñas hileras que había que sacudir a menudo, encontré trazas de huellas con crampones cerca de uno de los postes que hincados en el borde del collado delimitan la zona, y decidí seguir las que tomaban una ruta ascendente, la visibilidad era mínima, apenas el suelo y las piedras que el viento desnudaba, pero la huella era mas clara a medida que subía, contento por el aliciente de seguir aquellos agujeros sin preocuparme de más, apuré el paso en un continuo zigzag que me llevaría a las canales de acceso.
El desnivel aumentaba y la dureza de la nieve se iba transformando en hielo sólido, a pesar de que iba subiendo metido en la huella como si de una terraza se tratara, el terreno invitaba cada vez mas a poner los pinchos, guardar los bastones y desempolvar el piolet. Pero cuando subes con relativa comodidad encajado en huellas anteriores que te ofrecen un apoyo adicional al que hacen los benditos bastones, no ves un sitio para parar y calzarte los crampones, además el frío intenso que el viento movía no invitaba a parar mucho rato.
Las huellas desaparecieron en un risco que el viento había desnudado, aquel seria el lugar de parar y cambiar de sistema de subida, enganchando mochila y bastones a los resaltes me aseguré con el piolet a mi arnés por si en uno de los movimientos de búsqueda me despistaba, no se veía apenas a un par de metros pero por la pendiente ya estaba lo suficientemente alto como para caer sin control hasta el valle. Lo incomodo de ponerse unos crampones en un resalte de apenas cincuenta centímetros siempre hace pensar el porque no me los habré puesto mas abajo, en un lugar más adecuado, y así resoplando te ajustas el equipo, guardas lo superfluo y vuelves a subir, me repetía a mí mismo, mientras buscaba las huellas que me habían traído hasta aquel lugar, trepaba en un terreno mixto y descompuesto intentando adivinar donde estaría el arranque de la canal, solo había dos posibilidades una era seguir a la derecha buscando la subida por lo que parecía el principio de un cono de deyección, o bajar y hacer un camino lateral a ver si aparecían las huellas, la pendiente se hacia mas pronunciada, y las paredes del canal podía tocarlas extendiendo la manos. Con un gancho de seguro y el piolet progresaba en una pendiente helada que cada vez me parecía que era más vertical, la ausencia de paisaje despreocupaba mi conciencia y seguía subiendo con la seguridad de que solo veinte metros mas arriba empezaría a ver el sol y sabría por donde me había metido.

El brillo de la niebla se hace mas fuerte cuando del sol intenta romperla en las capas altas, y ese era el síntoma de que pronto saldría de aquella monotonía gris, levante la cabeza intentando ver mas lejos cuando aclaraba, de repente una voluta de nube barrio el cielo ante mis ojos, el espectáculo era sobrecogedor, el mar de nubes luchaba por subir y el viento las rizaba como el oleaje de un océano embravecido, estuve contemplando el espectáculo un rato largo, mecido por la caricia del sol que me secaba como a un lagarto el verano, el ir y venir de las nubes hipnotizaba mi mirada, hasta que una brizna de consciencia hizo que me fijara en la pala blanca que había a la izquierda, con una huella marcada y firme en toda su longitud, entonces levanté la cabeza y pude ver la estrecha canal en la que estaba apoyado como un pequeño muñequito, a medida que la niebla se despejaba y liberaba el terreno por encima y por debajo de mis pies.

En un momento mi cerebro se quedó parado y solo mis músculos me sujetaban, había subido engañado por la gasa de la niebla sin preocuparme de otra cosa que avanzar, y ahora que se había descubierto el abismo parecía que la cosa no era tan cómoda. ¿Subir a o bajar? Siempre me pareció que bajar una vez en el tramo vertical no era lo mas acertado, y aun sin estar muy seguro empecé a clavar todos mis pinchos en la pared, la sensación era de total desprotección y la perspectiva no tenía pinta de mejorar en aquel estrecho hilo de nieve congelada, me pasó por la mente, (que ya se había calentado por el sol benefactor), el hecho de que ese mismo calor llevaba haciendo efecto sobre el terreno mucho tiempo antes de que mis huesos empezaran a caminar desde el refugio, y ese sol que calentaba impertérrito la ladera podía jugar con el hielo haciendo que mi compromiso con la montaña tomara un rumbo que no había programado.

Me paré en un resalte para ajustar la dragonera, y colocar el gancho al arnés con una cinta larga, la pendiente era mayor de lo que había hecho hasta entonces, y cada paso se hacia más difícil a medida que avanzaba, decidí contar cada serie de pasos y descansar, contar y descansar, hasta llegar a la cornisa que separaba la arista del canal helado. El sonido del hierro al entrar en la nieve helada me servia de concentración para no pensar en otra cosa, contar, uno, clavar, dos, soltar, tres, cuatro, cinco... me paraba y miraba hacia abajo para decirme a mi mismo que la altura no importaba, para acostumbrarme al vacío. Ahora el mar de nubes se podía ver con mas extensión y el viento empujaba oleadas de algodón hacia lo alto, el sol calentaba con toda su intensidad, haciendo brillar los hilos de hielo que se fundían en agua por las pequeñas oquedades. Un poco mas, y estas en la cornisa, un poco más. Nunca había estado tan vertical, tan expuesto. La cornisa de nieve formaba una curva descendente que parecía una ola sacada de un dibujo oriental, rota en surcos por el viento contrario al que la formaba soplando por la otra vertiente. Algo insalvable desde donde me encontraba, las cornisas siempre son algo a tener en cuenta, son bonitas y frágiles, si se intenta cruzarla desde arriba, y más aún si se las va a escalar desde abajo sin saber como está de agrietada. Comprobé el altímetro, estaba muy cerca de la cumbre, la canal era un atajo directo, solo faltaba salir del atolladero en forma de cornisa.
Busqué una grieta y coloqué un empotrador, para sujetarme un rato, para analizar la manera de salir hacia arriba sin mucho riesgo, y sacando la cabeza lo mas que mi cuello daba de sí, me separaba de la grieta con un pie en el hielo y otro en la roca haciendo chirriar los crampones como la tiza en una pizarra.
Me tomé un tiempo para recuperarme, saque el cordino y dejé la mochila enganchada al empotrador, con un pie en el hielo y otro en la roca me impulsaba hacia el vértice de la cornisa. La rimaya se iba haciendo más grande y dejaba ver la nieve en fusión por sus bordes, ¡un poco mas! Ya podía ver la cumbre. El viento, desprendía pequeñas escamas de nieve que azotaban mi cara, y las orejas se empezaban a quejar de tanto frío. Busqué otra grieta en las rocas que el viento desnudaba de su manto helado y coloque un seguro para hacer una cuerda fija con la que recuperar la mochila y algún gorro de su interior, para que el frío que entraba por el borde del casco no hiciera más quebradizas mis pobre orejas.
Mientras hacia los preparativos, pensaba en las expediciones a grandes cotas, las cuerdas fijas entre campamentos, lo bien que me vendría el ascendendedor recién comprado para volver a subir por aquel cordino. Apenas seis metros entre la arista y la canal, salvados en un pequeño rapel, mochila a la espalda recuperar seguros y a seguir! El ascendedor corría veloz por la cuerda hacia arriba frenando luego para poder ascender, bonito estreno, mi peso estiraba la cuerda como un cordón umbilical, en la ascensión rápida, jumar y piolet, apenas seis metros. La rimaya en su parte final hace un hueco mucho más grande, que se produce por la radiación de la roca bañada por un sol que calienta nada mas amanecer, al pisarla, el hueco que hace ente la piedra y mi bota se vuelve más frágil y ante la presión de la planta del pie en oposición con mi cuerpo se rompe, haciendo que el crampon choque con el fondo de la grieta helada, un estrépito rasga la paz de hielo y un bloque de ese material cae en vertical por el canal arrastrando algunas piedras.
No son buenas las prisas me repito en mi interior, hasta aquí sin buenos seguros, y cuando pones uno te confías en exceso, tenia la pierna dentro de la rimaya, y solo el jumar me sujetaba  al arnés, la pierna izquierda estaba a la altura de la cintura enganchada a la roca por los pinchos del crampon, y la otra dentro del agujero hasta la rodilla, una imagen un tanto patética, revolviéndome para intentar salir de aquel trance. El piolet fue la ayuda para iniciar la salida, me faltaban manos para sujetarme haciendo oposición, entre la roca y la nieve.
Me venían a la cabeza los reproches de mis amigos, de mis familiares, aquellas palabras de ¿Por qué vas solo a la montaña? ¿Qué sacas con eso?
Al llegar al final de la cuerda, no me apetecía soltarme, me había subido la adrenalina, y el susto aún aceleraba el corazón. Sacudí la nieve que se había colado por la espalda de la mochila y saqué el gorro para debajo del casco, un poco de agua y algo de comida, vendrían bien para seguir, por el camino que se hacia más fácil, hacia la cima, solo tenia que soltarme, y continuar, estuve un buen rato, como meditabundo, ausente hasta que ya el calor me reconfortó lo suficiente como para decidir seguir.
Caminaba pensando cada paso, mirando hacia la vertiente que el viento batía sin cesar, las nubes parecían mas lejos y formaban una ola continua que bajaba por la ladera abrazando la montaña, en la cumbre, lejos del peligro, me quede absorto mirando el paisaje de cielo y nubes luchando por cambiar de altura. Me sentí solo y libre en aquel momento, lejos del mundo, acariciado por un viento que traía consigo pequeños trozos de agua helada arrancada del mismo sitio por donde había subido, como un aviso de mi condición vulnerable, aún me queda la bajada, aunque ya por el camino que dibuja la arista.
Volvería a meterme entre las nubes, a sumergirme en ese océano, sin visibilidad, buscando cada resalte, intentando adivinar la bajada, rebañando cada milímetro para poder localizar las huellas de alguien que ya haya subido y me devuelvan al valle, para poder regresar al recuerdo.
Al impulso de volver. 
 


martes, 29 de enero de 2013

UNA HISTORIA DE VERANO




Hacia mucho tiempo que no volvía a aquel lugar, las cosas habían cambiado desde mis primeras andanzas por los parajes de mi juventud. Saque la mochila del maletero, que pesaba como un demonio, y el golpe del capó levantó una nube de polvo, me di cuenta que algunas cosas no habían cambiado del todo, espero que nunca asfalten este camino. Subí hacia el barracón donde ahora se juntaban las cordadas a esperar la madrugada y con el alba empezar a la aventura de recorrer las vías antes de que el sol friese sin piedad todo lo que se moviera entre las grietas.
No tenía muchas esperanzas de conseguir a alguien que me sujetara, ya que iba solo en este viaje y había parado mas que para intentar subir, para recordar viejos tiempos y pasar un rato agradable en el ambiente distendido de los escaladores, pero preguntaría por si acaso si algún lobo solitario andaba a la zaga de conseguir cordada.

Ya empezaba a oscurecer y el barracón se recortaba en el horizonte dominando la colina, un hilo de nubes púrpura hacia pensar en una inminente puesta de sol. Entré buscando un catre libre donde tumbarme un rato antes de preparar la cena, al fondo quedaba sitio en una litera algo desvencijada que daba a un ventanuco por el que se podía divisar la inmensa roca inundada del color del ocaso, ya había gente acostada revolviéndose en los sacos buscando acomodo. Después de algunos saludos pregunte en voz alta; ¿Alguien está solo para hacer alguna vía mañana? Se hizo un rumor que no dio respuesta y algunas risas se podían escuchar detrás del mamparo que separaba las estancias. Me podía haber ahorrado la pregunta, si era difícil encontrar a alguien solitario, más raro resultaba que te aceptase como compañero.

Después de un corto silencio, entre los camastros, se revuelve uno de los sacos girando en redondo y haciendo un ademán de aflojar el cordón, una sombra saca su mano por el agujero haciendo sitio para apenas enseñar los ojos, con una voz suave y dulce mitad alemana, mitad sudamericana, soltó: Yo estoy sola..... mañana esperaba volver por mi camino, si quieres aquí tienes una compañera de cordada.

Un poco aturdido, conté los camastros para no equivocarme a la madrugada cuando tuviera que despertarla, salí al comedor para preparar un poco de sopa en el infiernillo, y mientras sorbía él liquido caliente revisaba mentalmente los riscos que había subido por la zona, para no meterme en ningún berenjenal. Me acosté en el jergón, y pensé, bueno al final hasta voy a tener suerte de trepar algo por aquí. No tardé en quedarme dormido, el viaje por aquel desierto había sido agotador, cualquier superficie me hubiera parecido algodón, con tal de estirar mis huesos.

Estaba tan a gusto que cuando me zarandeaba creía que, estaba a lomos de un caballo en una inmensa pradera, pero era solo un sueño... una mano movía mi hombro de manera violenta y una voz susurraba: Eh, es la hora, hay que empezar a salir ya... sino, no podremos subir.

Desencajado intenté abrir el saco que se resistía a dejarme ver quien osaba sacarme de aquel descanso reparador, y después de un rato de forcejeo, con la frontal casi sin pilas pude ver su silueta, empujando el material dentro de la mochila. Hola, me llamo Leah, musitó, me falló mi compañero, es una suerte que tu hayas venido ayer, iba a marcharme.
Su acento daba a entender su origen, y el español lo había aprendido sin duda en Méjico o el Salvador, no pude hacer muchas elucubraciones, ni siquiera me pregunte que experiencia tendría en la escalada, cuando me quise dar cuenta la estaba siguiendo por un camino pedregoso hacia el monolito, intentaba sacar un par de frutos secos de mi bolsillo y beber algo mientras caminábamos sin cruzar palabra. Al llegar a la zona que conocía ni siquiera se paró a esperar, saltó por detrás de unos matorrales y siguió subiendo, mi estado soñoliento no daba para muchas explicaciones así que seguí sin decir nada. Cuando se detuvo, soltó la mochila y en jarras mirando hacia una estrecha grieta soltó:
¡ ya llegamos !

No daba crédito a mis ojos, ni siquiera habíamos hablado de por donde subiríamos, nos habíamos desviado hacia un sector que cuando yo frecuentaba la zona ni siquiera se había empezado a abrir, ¿Conoces la vía? Le dije. No ¿Y tu?, yo esto no sé si lo haría ni siquiera con estribos le respondí.
Lo intentaremos igual, ¿Qué te parece? Mi orgullo masculino salió a flote intentando no ahogarse entre los trozos de avellana que aun estaban en mi garganta y contesté un bueno si, que no hubiese convencido a nadie, pero ella ni se inmutó, empezó a ponerse el arnés y me comentó que la habían hecho unos amigos y ella conocía los dos últimos largos, ya que enlazaban con otras vías.
Desde ese largo final había que pasar una arista en la que teníamos que colocar un protector para la cuerda, pues la reunión quedaba por debajo de ella y rozaba mucho, - tengo aquí esto para protegerla, me indicó haciendo ademanes al viento con una coquilla de esas que protegen los tubos de calefacción.
Ya unidos a la cuerda y con el material colgando del arnés, faltaba decidir el arranque de la vía. –Empieza tú, que así el ultimo me tocará a mí. No había elección ya me había tocado el primer premio en el sorteo, me encogí de hombros y me encamine al inicio de la pared que se me antojaba muy complicada cuanto más me acercaba a ella.
Al llegar al arranque mire hacia arriba e hice un gesto de incredulidad levantando las cejas. –que grado tiene esto? Pregunté.

- Yo solo conozco los grados del alcohol, soltó con una carcajada.

Me puse al trabajo de empezar y sentí su mirada en mi espalda, como examinado mis movimientos, preguntándose quizás con quien se había metido a subir por aquella pared.
Por un instante no sabia donde poner los pies ni las manos, no encontraba asidero ni resalte para empujarme hacia arriba y salir de aquel inicio terrible, mis dedos no entraban por la fisura principal que marcaba la vía, y los gatos se hincaban en los cristales de la roca que apenas tenían algo de adherencia.
Y como cuando la inspiración (o quizás el orgullo) llega de repente en cuatro movimientos salí del empiece, para encontrarme con una grieta más ancha que dejaba sentir su interior en mis manos, así colocando algunos friends, en mi avance subía como un autómata sin control, y la voz de Leah retumbó en el valle, ¿si sigues subiendo habrá reunión? Entonces me di cuenta que tenia que buscar un sitio adecuado y montar allí la espera, no había grandes terrazas y tuve que desviarme a la izquierda para encontrar un resalte donde clavar un clavo y asegurar mi cuerpo que no estaba muy seguro del cerebro que lo portaba, Leah subió como un gamo hasta mi, se ancló al clavo para beber, y dándome una palmada en la espalda, dijo: Sigo, y salió con una gracia indescriptible hacia la grieta que marcaba la vía, su estilo era limpio y seguro, encajaba sus puños en la grieta para coger algo del arnés o secarse con el magnesio, y en oposición con sus piernas colocaba los seguros con una majestad que impresionaba, en la base había vendado sus muñecas con esparadrapo para evitar las rozaduras del granito, y llevar a cabo la escalada según su estilo.

Reunión ¡! Gritó al viento frío de madrugada en aquel desierto, y soltándome del clavo, seguí mi ruta sujeto a su cuerda, a veces quedaba tan destensada que parecía imposible la subida, y soltar los friends de la grieta se hacia un trabajo titánico, aquella mujer me pareció hecha de una pasta especial. Cuando llegamos al penúltimo largo, en el que al final de la arista escondía la reunión en una afilada cresta, que rompería cualquier cuerda, le pregunté si era una buena zona para afianzarse, y me contesto que apenas tenia un palmo de repisa donde poner los pies, cuando pasase debería estar atento a la posición del protector que colocaría en la arista para proteger la cuerda y que bajase unos metros hasta la reunión, la pared allí estaba desplomada y lisa.

Con un nudo en la garganta, seca del esfuerzo, e imposible de suavizar con el agua, empecé a asegurar a Leah en la subida por el diedro que iba a sacarla hacia la arista, con pasos seguros avanzó empotrándose en la fisura principal asegurándose con friends. Cuando llegó, se puso a horcajadas en la arista, podía ver su figura recortándose en el cielo azul, agitó el protector para que me diese cuenta de que lo iba a colocar, para empezar el descenso hacia el otro lado, silbó y poco a poco desapareció de mi vista, mantenía la tensión de la cuerda que la sujetaba, que se iba deslizando poco a poco friccionando sobre el protector.
En un instante, al dejar de avanzar sobre el seguro que tenia en mis manos, pensé que ya habría llegado a la reunión y supuse que haría el gesto de tirar un par de veces con fuerza para indicarme que había llegado. Pasaba demasiado tiempo con la cuerda tensa y no había señal de ningún tipo que me indicase su llegada y mi posterior seguro de subida, aguante un rato y vocee con la esperanza de que me oyese, pero el silencio era la única respuesta, y el sol empezaba a pegar con fuerza en la vertiente donde estaba colgado.
De repente, sin esperarlo, la cuerda se estiró violentamente, tenia la mano un poco floja y se fue escapando unos metros hasta que logré retenerla en el ocho, del tirón casi salgo despedido de la reunión, mi cuerpo estaba girado de tal forma que sujetando con fuerza apenas podía mantener el equilibrio. Si la garganta estaba seca, mi boca era ahora un almacén de algodón en bruto, la saliva parecía un cargamento de agujas que cortaban la garganta sin poder pasar mas lejos, con gran esfuerzo dejé pasar un poco de cuerda y anudé una parte al mosquetón que me aguantaba, me pareció precario aquel enganche y decidí clavar un clavo en una grieta que salía hacia mi izquierda, con todo el miedo que tenia en el cuerpo, apenas acertaba a coger la maza y propinar los golpes que hincaran el hierro en la pared.
A trancas y barrancas, conseguí mi objetivo y entre golpe y golpe me parecía oír unas voces a lo alto que la brisa y la distancia deformaban y hacían inentendibles.
Que hacer!! Alguien cuelga de la cuerda que sujetas y tú estas en el otro extremo intentando asimilar lo que pasa, trabajando casi como un autómata. Una mirada hacia la cornisa y la cuerda se había salido de su protección hacia un resalte, se veía claramente, que el trozo de espuma había desaparecido, ahora no podía saber en que estado se encontraba la cuerda, si se había deshilachado al rozar, si Leah podría haberse asegurado, aunque estuviese fuera de la reunión, que dilema!! Entonces ¿qué hago?, no hay nadie en la zona, tengo que tomar una decisión.

Espero que la cuerda que sube tensa hacia la arista no tenga daños, porque la voy a usar de cuerda fija, le paso un prusik y me suelto de la reunión, cuando llego al primer empotrador el cambio del nudo hacia la parte de arriba se me hace eterno con una sola mano, apenas puedo sujetarme y abrir el mosquetón, además es imposible quitar los seguros porque la cuerda perdería tensión y con Leah colgando a un extremo, la arista haciendo de cuchillo, y empotrado en la grieta seria algo que no quería imaginar.

Supongo que in extremis las decisiones que en otro momento parecen anacrónicas, se vuelven buenas y sin pensar en las consecuencias se actúa como te viene a la mente, así que con el nudo suelto de la cuerda y un pie en la grieta, iba cogiéndola como un pasamanos y el pie y la mano en la fisura, con mi cuerpo sin protección alguna.

Llegué al lugar donde la cuerda estaba aprisionada entre dos finos resaltes, me podría poner a horcajadas y verla, así sabría lo que estaba pasando, no hablaba, temí que se hubiese pegado un golpe, y estuviese inerte colgando del extremo, yo no tenía sujeción alguna y estaba encaramándome a aquel filo, para poder ver la otra vertiente, pasé un mosquetón por el arnés y la cuerda, que nada hubiera hecho por evitar una caída, pero psicológicamente haría que pudiese remontar hacia la arista. En cada paso me preguntaba si no había tenido otra cosa mejor que hacer que andar de treparriscos, en aquellas condiciones, que hubiera sido mejor coger unas cervezas y algunos chiles, para saborearlos bajo una de aquellas vías, mientras otros eran los que sufrían, entre clavo y clavo. Pero solo eran pensamientos reflejos, producto del estrés que en aquél momento castigaba mi mente y mi cuerpo, que hubiera sido si la adrenalina no hubiese hecho efecto, y me hubiera quedado atenazado en la grieta sin poder moverme, por fortuna el impulso de mi mente hacía que a pesar de la retahíla de pensamientos mi cuerpo avanzase hacia la arista.
Asomé la cabeza con el temor de ver a Leah echa un trapo, colgando del extremo de aquella cuerda que se balanceaba suavemente, y en efecto estaba en ese extremo, miró hacia arriba abrió las manos y haciendo un gesto con ellas, soltó.

– Ya estaba preocupándome, por tu tardanza, ¡güevón!

No pude mas que soltar una carcajada por su expresión, fruto de la laxitud después del estado en que me encontraba.

- Tu sabes que me estas insultando, le dije. Si lo sé hubiera dado la vuelta.

Mientras, anudaba un cordino a la cuerda colgante e intentaba asegurarme a una grieta con un pequeño empotrador, veía la reunión que estaba a unos tres metros por encima de mí en un paso que ni quería imaginarme, a pesar de la enorme grieta transversal que se veía, había que dar un salto desde la arista para asirse a ella y poder llegar a la reunión. No sé que hacer le dije, si tu te caíste, imagínate a mí...

– Me caí porque se tensó la cuerda, no estabas dando cuerda, por eso me caí, gritó.

- Vaya ahora va a ser culpa mía, grité mas fuerte aún.

- No me importa de quien sea la culpa, pero ya llevo un buen rato en este columpio, y tu, sigues sentado en esa arista.

¡Inténtalo!, veras como te sale, decía ella mientras la cuerda se balanceaba suavemente, miré hacia la arista que parecía aún mas afilada, y tomé la decisión, tenia aún varios cordinos y una cinta, los fui uniendo para hacer una cadena que pasé por el mosquetón del empotrador, era suficientemente largo y podría remontar, si me caía, el fisurero tendría que hacer su trabajo y ya seriamos dos columpiándonos. Tomé impulso y salté, mi mano entró en el resalte, podía sentir el granito arañando mis dedos pero estaba fuertemente asido, con el cuidado que exigía la situación fui avanzando hacia la reunión que aún quedaba casi un par de metros por encima de mi cabeza, la cadena de cintas que había hecho se iba estirando a medida que avanzaba por la grieta, impidiendo un avance limpio, aun me quedaba la “daisy”, una cinta de un metro que era mi ultima oportunidad de conseguir asirme al clavo, que relucía justo encima de mi cabeza.
Estaba debajo de la ansiada reunión, solo tenia que encaramarme soltar un brazo, y “chapar”, parecía fácil pensarlo, pero el agotamiento hacia mella en mis antebrazos, apenas tenia fuerza para sujetarme, iba a resultarme difícil la maniobra, solo el pensar en caerme hacia que me pegase aun mas a la pared, en la parte mas ancha de la grieta, metí el puño completo haciendo una presa por empotramiento y arrastrándome por la pared con todo mi cuerpo, rodillas, codos, pies y manos pude asirme al la cadena que colgaba del clavo, era incapaz de abrir el mosquetón y lo dejé pasar por el pulgar mientras descansaba aferrado como una lapa al triángulo de fuerzas, donde el vértice que mas sobresalía era yo, con un aspecto patético, lleno de arañazos en las rodillas, una mano empotrada aún en la grieta y la otra clavada de lleno en la cadena, fue un momento que pareció eterno, girando la muñeca saqué el puño del agujero, y me impulse hacia arriba sujetándome con fuerza a la reunión, ahora podía engancharme y descansar.
El sol abrasaba la pequeña plataforma, donde estaba sujeto, roto por el esfuerzo, y sudando mares de agua salada.
Mientras, Leah seguía en la postura que el arnés le obligaba a tener, no había dicho ni una palabra, apenas se había dejado columpiar por miedo a que la arista afilada como un cuchillo rompiese la cuerda.

- Como estás, le grité

- No puedo levantar la cabeza, y tengo dormidas las piernas por el arnés, contestó.

La situación empeoraba, según él calculo de probabilidades que Murphy había descrito con acierto, si una situación es mala, seguro que se pondrá peor.

No me quedaba otro remedio que bajar hasta la arista otra vez, e intentar izarla, ahora tenia la cadena de cintas y la daisy, podía tensarlo todo y hacer un pasamanos del que enganchar el arnés. Tirando al máximo de todo el laberinto de cintas, comprobé el empotrador con dos tirones mas, estaba bien afianzado. Ahora mi cuerpo estaba otra vez suelto, solo unido por un mosquetón al pasamano, volvería a bajar por la grieta hasta la arista, un camino que me parecía diabólico, la sed hacia que mi garganta sufriese pinchazos continuos, y mi lengua era como un corcho que daba vueltas entre las paredes de cartón de la boca.

Volvía a cabalgar en la arista, podía ver en una vertiente la cuerda que seguía la ruta de inicio con todos los seguros aún colocados, y en la otra a Leah, colgando como un muñeco de esos que hay en las tómbolas, con las manos colgando y la cabeza un poco ladeada

- Aguanta, que voy a intentar izarte. Le dije a gritos

Revise el empotrador una vez mas y me acerque al cordino que había asido a la cuerda de la que colgaba ella, y la fui acercando a mi arnés, para sujetarla junto conmigo al pequeño fisurero, ya así tener la garantía de estar al menos un poco sujetos los dos. La cuerda tenia la camisa un poco abierta dejando ver los hilos de su interior, no era un daño excesivo pero suficiente para que en varios roces se debilitase tanto que pudiera romper en cualquier momento.
Mis manos tenían la sangre de las peladuras coagulada, y me dolían al intentar asirme a la cuerda y tirar para izarla, estaba totalmente colgando de un solo empotrador y el pensamiento de una posible rotura con el peso de los dos hacia que dudara a la hora de tirar con fuerza.

-¡Voy a tirar Leah!, en cuanto veas que puedes agarrarte hazlo.

Ella tenia calambres en las piernas y los brazos, y por sus gestos cada vez que levantaba la cabeza adiviné que seria un trabajo complicado subirla, con mis escasas fuerzas. Tomé la decisión y con un pie en el pequeño resalte que sujetó la cuerda, tiré con todas mis fuerzas hacia mí, sentía la presión del arnés sobre mis ingles y cintura, al tirar del fisurero, pero seguí izando como cuando se sube agua de un pozo. Leah encontró algunos resaltes al acercarse y con algún bufido me terminó de ayudar a subirla, cuando estaba a mano me cogió por el antebrazo clavándose en mi codo y parando a tomar resuello, bufaba y gemía a la vez un galimatías ininteligible, nos dimos la vuelta y enganchados en el pasamanos, de cintas salimos hacia la reunión.
Cuando ya estuvimos en ella y asidos al clavo, le di lo que quedaba en la cantimplora, que bebió de un escaso trago, mientras las agujas de mi garganta se crecían en estalactitas enormes, o eso me pareció a mí entonces.
Soltó la cantimplora, como si empezase a desmayarse, se abrazó a mí, el ruido del envase rebotaba por la pared como una campanilla, Leah me apretaba con fuerza, tenia su cabeza en mi hombro y el casco hacia que mi cuello se alejara del suyo tanto que me pareció empezar una dolorosa torticolis, su camiseta empapada olía a manzanas fermentadas, me trajo buenos recuerdos aquel aroma, pero en aquel minúsculo resalte, mi mente apremiaba para salir lo antes posible de aquel infierno, la fui separando poco a poco, me pareció que estaba llorando, pero cuando pude ver su rostro, miró de reojo y esbozó una leve sonrisa.

- ¿Nos largamos?, le dije

Asintió, volvimos hacia la arista y después de bajar descolgándome hasta la reunión que había sujetado con el prusik, recuperó la cuerda y montó un rappel desde el empotrador, íbamos a abandonar las cintas que hacían de pasamanos y salir por la grieta, recuperando el material que aún estaba en ella y acabaríamos con la pesadilla.
Paso a paso fuimos bajando hacia la base, con el cuerpo magullado, y un poco mohínos, por la laxitud después del shock que habíamos recibido, no hablamos en toda la bajada, en el ultimo rappel, la cuerda aun quedaba a unos seis metros de la base, era para mí el peor arranque de vía que había subido y después de aquella aventura no estaba dispuesto a descalabrarme a escasos metros del suelo, coloqué un friend en la grieta me aseguré a el y cuando descendió Leah, colocamos otro para ella, soltamos la cuerda y la pasamos por el mosquetón del primer friend, repelaríamos desde allí aunque tuviésemos que abandonarlo. Alguien lo recogería, mas tarde, o quizás quedase allí de recuerdo por la presión de la cuerda al descender, en aquel momento nuestro único objetivo era bajar.

Pisamos el bendito suelo y nos tiramos a la larga en él, nuestros sonidos eran de risa y llanto a la vez, intentábamos calmarnos pero las emociones podían con nuestra mente que estaba exhausta, fuimos acercándonos y nos abrazamos tan fuerte como nuestros brazos nos dejaban, mascullábamos palabras ininteligibles en nuestros idiomas, dejando que las lagrimas se mezclaran con el sudor y la tierra rojiza del desierto.
La calma llegó de repente, y fuimos tomando consciencia y posición de sentados, un poco avergonzados nos fuimos levantando y nos sacudimos mutuamente el polvo de la ropa, recogimos la intendencia y bajamos hacia el barracón, a beber en el bidón que hacia de abrevadero de la puerta, nos hubiéramos metido dentro pero, las mulas pifiaban al ver nuestras cabezas entrar y salir de aquel refrescante recipiente, que ya tomaba el color de la arena.
No había nadie en la casa, y no esperamos a que regresaran, tácitamente, recogimos nuestras pertenencias y bajamos hacia el coche que había cambiado de color, por el polvillo del camino, mimetizándose con él.

- Acércame a la estación de autobuses, quiero salir de aquí, me dijo.

- Me gustaría lavarme un poco, le contesté, hay un río a unos dos kilómetros hacia el pueblo.

Asintió y después de colocar una esterilla en el asiento, cerró la puerta y esperó encogida en él, salimos dejando una nube de polvo ocre detrás nuestro, como si huyéramos de algo, que ni siquiera nos atrevíamos a mencionar.

Llegamos al arroyo que bajaba escaso, pero suficiente para poder lavarnos, y salir más frescos, nos alejamos para proteger nuestra intimidad y refrescarnos en el agua cristalina, echamos todo el tiempo que quisimos chapoteando, para salir lo mas relajados posible, y ya una vez secos, buscamos algo de ropa, para cambiarnos y seguir por la carretera hacia el pueblo.

Decidimos comer lo que había quedado en la mochila, y así al lado del río, con la ropa limpia y seca empezamos una conversación agradable y distendida sobre la bondad del paisaje y el rumor del agua, a veces intentaba hacer alguna gracia y ella se reía con ganas, no mencionamos en ningún momento la experiencia vivida hacía escasamente un par de horas, como si nunca hubiera ocurrido.

Leah se tumbo en el prado mirando al cielo, parecía completamente feliz, le cogí los pies y le di un suave masaje en ellos, parecía estar a gusto en aquel momento, fuera de cualquier sensación de peligro, con su cuerpo pegado a la hierba, el rumor del agua y una suave brisa que hacia silbar las hojas de los árboles, mientras acariciaba sus pies, miraba mis manos que estaban llenas de arañazos, la piel hecha jirones le hacia encogerse como en un gesto de suaves cosquillas, sonreía y se estiraba, y mi corazón parecía latir fuera de compás.
El sol de la tarde, el mismo que nos abrasó en la pared, empezaba a estirar las sombras de los árboles, haciéndonos saber que el día perdía fuerza, recogimos nuestros aperos y subimos al coche. Leah se descalzó puso sus pies sobre la guantera y bajó el respaldo lo suficiente como para ir cómoda en lo que faltaba de viaje. La carretera parecía recién asfaltada después de haberse casi derretido con aquel sol de justicia, un horizonte claro dejaba ver las siluetas de la cordillera, bañadas por la luz tibia del sol que cae hacia el oeste, aún hacia calor, las ventanillas abiertas refrescaban con un ruido sordo el interior, de vez en cuando Leah sacaba la cabeza y dejaba que el aire empujara su pelo con fuerza, volvía a meterse y me miraba fijo, haciendo una pequeña mueca, sus ojos claros se me clavaban en el corazón.
Ya quedaba poco para llegar a la estación de autobuses, y sabia que posiblemente aquellos minutos serian los últimos que estaríamos juntos, nuestros destinos, corrían paralelos y las dos líneas que trazábamos no se cortarían nunca mas, apenas nos conocíamos, solo el tiempo de angustia de la bajada de la pared y el prado del río fueron los contactos más íntimos, no era mucho, pero supongo que la sensación de cercanía que aportaba la situación creaba un vinculo sentimental, al menos a mi corazón le gustaba sentir la sensación de ligera euforia cada vez que ella me miraba a los ojos, cualquiera de sus gestos me parecía una provocación, su risa limpia cada vez que yo decía alguna tontería, hacia que sintiera mariposas en el estomago.
Necesitaba alargar lo más posible aquel regreso, y con la disculpa del exceso de calentamiento del motor pare en un pequeño mirador de la carretera, el sol había bajado lo suficiente como para enseñar sus mejores colores de ocaso. La sensación de que Leah se disolvería con los últimos rayos me pareció real, mientras, podía contemplarla recortada contra el horizonte sentada en una de las mesas de madera, me acerque con la intención de abrazarla y juntos contemplar los últimos rayos que iluminaban la montaña y el desierto, había sido una experiencia demasiado intensa para no reflexionar un poco ante el regalo de un anochecer mágico.
Y en un abrazo dulce nos quedamos mirando absortos el horizonte rojo que iba dejando paso a las primeras estrellas de la noche, la brisa repentina me hizo notar la tibieza de su cuerpo, hubiera querido que aquel momento se prolongase una eternidad, pero las hadas se fueron con el ocaso y ella como ultimo gesto me acaricio suavemente la barbilla, dándome un palmada se separó de mi abrazo, y entró en el coche.
Había sido una suerte compartir aquellos momentos, todos, desde la tensión de la escalada a la dulzura de los últimos minutos. Cuando llegamos a la estación, cogió su petate y acercándose a mí me besó en la comisura de los labios, tuve una sensación de ligero mareo, como cuando fumas tu primer cigarrillo, sentía la sangre correr por mis venas impulsada por un corazón que batía a golpes descompasados, cada metro que se separaba de mí, hacia que el ruido del local pareciese mayor, unos metros más, se giró para levantar su brazo y hacer un gesto de despedida, que pude apreciar a cámara lenta, a veces solo recuerdo con mas intensidad ese momento en el que se paró el mundo y solo la vi a ella agitar su mano en un adiós que no podía evitar.

Los días siguientes, ya en la vorágine de la ciudad me parecieron faltos de contenido, grises y ruidosos, no deseaba otra cosa que regresar al calor abrasador de aquel desierto, para revivir las sensaciones que mi corazón demandaba, pero solo volví al riachuelo, a tumbarme en el prado y mirar a las copas de los árboles, que jugaban con la brisa, y en mi siesta reparadora, sentía sus caricias en mi rostro, con sus ojos dulces y claros mirándome.
Hoy, aún sigo enamorado.