Hoy me he encontrado con algo que me ha devuelto a lugares con
los que no tenia contacto desde hace muchos años, a pesar de regresar a ellos a
menudo.
Olvidado en el fondo de un baúl inhóspito, rodeado en papel de
envolver, dormitaba un artilugio tecnológico que por su forma pasó a ser algo
obsoleto, un objeto cotidiano entonces.
El tocadiscos.
Junto a el encontré varios discos en un cajón, los barajé varias
veces, encontrando en sus fundas ajadas y descoloridas un recuerdo del paso del
tiempo.
Como si de un ritual se tratara, fui sacando los vinilos de las
fundas de papel fino, limpiando el polvo adherido a los surcos leyendo con mi
vista cansada el nombre de las viejas canciones, cara A, cara B, 33 r.p.m. un
LP.
Colocarlo en el plato, levantar la aguja, y empezar a sonar con
una leve fritura de sabor añejo.
En cada chisporroteo mezclado con música de hace cuatro décadas,
volvieron los recuerdos de mis diecinueve años, cuando al son de aquellas melodías
preparaba una mochila llena de ilusiones, junto con chorizo, jamón de york y
fruta para una semana, cuerdas y mosquetones, mapas, brújulas y la cámara
Werlisa.
Los discos ya están un poco doblados por el tiempo y la aguja va
sacándoles sus notas en un vaivén alternativo que asemeja un tío-vivo, sube y
baja, chisporrotea al encontrarse con el polvillo de los surcos, navega por sus
olas arando notas que me transportan a las Ubiñas, recordando cuando llevé a mi
primera novia a las montañas, a los Castillines, a los Fontanes para estrenar
unos crampones rojos con correas amarillas.
Música en círculos visibles ondeando junto a un vinilo doblado
por el tiempo, puedo oler el vagón de tren con asientos de madera que me
llevaba a Campomanes, veo el camión de la leche que me sube renqueando a Tuiza,
oigo el traqueteo de las lecheras de aluminio en la caja y la voz del conductor
preguntándome si no tengo miedo a andar por las alturas.
Cierro
los ojos y vuelo por ese mundo de recuerdos mientras el tocadiscos rasca un
rayón y se queda atascado, un pequeño toque en la tapa transparente y vuelve a
sonar la melodía, sigo soñando, admirando la pequeña aguja que araña el disco
de treinta y tres revoluciones.
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