Ya había llegado al refugio y la niebla no se despejaba, me
senté en el banco de madera que está adosado a la desgastada pared para esperar
reponiendo fuerzas, que el viento disipara las nubes bajas que formaban aquella
niebla espesa.
Mientras comía, repasaba mentalmente el itinerario, había soñado
con aquella ascensión muchas veces y ahora estaba a poco de tener que dar la
vuelta por la falta de visibilidad, pero la previsión era favorable, la cota
máxima de nubes no superaba la altitud de la montaña, así que solo tenia que
esperar a confirmar que el parte era correcto y seguir mi marcha.
Había decidido hacer aquel corredor en solitario, estaba bien
preparado y ahora solo quería empezar a subir, la sensación de angustia crecía
a medida que el tiempo no mejoraba, revise mi equipo que estaba apoyado en la
pared y cuando estaba de espaldas, la luz de un claro entre la niebla hizo
brillar las diminutas gotas de hielo que se formaban entre los resquicios de
las piedras, di la vuelta y aunque solo duró un instante pude ver la cumbre,
cargada de nieve recortada en un cielo azul cobalto, brillante y provocadora.
La confirmación estaba hecha, solo habría que pasar las nubes para disfrutar de
un día soleado cargado de buenas vibraciones.
Cargue la mochila y empecé la marcha por la collada hacia el
arranque de la vía, debía de tener cuidado porque con aquella falta de
visibilidad cualquier desvío me haría salir fuera de la ruta que había
previsto.
Subí a buen ritmo, por las blancas olas de nieve venteada que
hacían un paisaje monocromo entre la espesa niebla. Estaba lo suficiente sólida
para caminar por ella sin peligro de hundirse, mas arriba, confiaba en que
empezase a endurecer. La monotonía del ascenso sin paisaje hizo que perdiese la
ruta a la mitad del recorrido, la blancura de la nieve se confundía con el
entorno gris de la nube que me rodeaba, alguna piedra que no había sido
cubierta por la nieve me servia de referencia para seguir caminado, aunque ya
no había senda, la idea de que si seguía en línea recta me llevaría hacia la
collada de arranque, hacia que me despreocupase por la orientación, no había
mucho error si salía lejos de la vía, solo tendría que caminar algo mas de la
cuenta.
Sentí que la niebla empezaba a moverse, era síntoma de que el
collado estaba cerca, allí el viento solía batir con fuerza los días
despejados, y los de nubes no seria muy diferente, en el borde de la arista que
define la collada, había una cresta de nieve venteada que parecía una enorme
ola a punto de romper, el terreno donde batía el viento estaba desnudo y dejaba
ver entre la niebla las piedras y la tierra amontonada cerca de la cornisa. La
brisa corría rápida y el frío hacia que la ropa apenas abrigase, la condensación
del sudor se congelaba en pequeñas hileras que había que sacudir a menudo,
encontré trazas de huellas con crampones cerca de uno de los postes que
hincados en el borde del collado delimitan la zona, y decidí seguir las que
tomaban una ruta ascendente, la visibilidad era mínima, apenas el suelo y las
piedras que el viento desnudaba, pero la huella era mas clara a medida que
subía, contento por el aliciente de seguir aquellos agujeros sin preocuparme de
más, apuré el paso en un continuo zigzag que me llevaría a las canales de
acceso.
El desnivel aumentaba y la
dureza de la nieve se iba transformando en hielo sólido, a pesar de que iba
subiendo metido en la huella como si de una terraza se tratara, el terreno
invitaba cada vez mas a poner los pinchos, guardar los bastones y desempolvar
el piolet. Pero cuando subes con relativa comodidad encajado en huellas
anteriores que te ofrecen un apoyo adicional al que hacen los benditos
bastones, no ves un sitio para parar y calzarte los crampones, además el frío
intenso que el viento movía no invitaba a parar mucho rato.
Las huellas desaparecieron en un risco que el viento había
desnudado, aquel seria el lugar de parar y cambiar de sistema de subida,
enganchando mochila y bastones a los resaltes me aseguré con el piolet a mi
arnés por si en uno de los movimientos de búsqueda me despistaba, no se veía
apenas a un par de metros pero por la pendiente ya estaba lo suficientemente
alto como para caer sin control hasta el valle. Lo incomodo de ponerse unos
crampones en un resalte de apenas cincuenta centímetros siempre hace pensar el
porque no me los habré puesto mas abajo, en un lugar más adecuado, y así
resoplando te ajustas el equipo, guardas lo superfluo y vuelves a subir, me
repetía a mí mismo, mientras buscaba las huellas que me habían traído hasta
aquel lugar, trepaba en un terreno mixto y descompuesto intentando adivinar
donde estaría el arranque de la canal, solo había dos posibilidades una era
seguir a la derecha buscando la subida por lo que parecía el principio de un
cono de deyección, o bajar y hacer un camino lateral a ver si aparecían las
huellas, la pendiente se hacia mas pronunciada, y las paredes del canal podía
tocarlas extendiendo la manos. Con un gancho de seguro y el piolet progresaba
en una pendiente helada que cada vez me parecía que era más vertical, la
ausencia de paisaje despreocupaba mi conciencia y seguía subiendo con la
seguridad de que solo veinte metros mas arriba empezaría a ver el sol y sabría
por donde me había metido.
El brillo de la niebla se hace mas fuerte cuando del sol intenta
romperla en las capas altas, y ese era el síntoma de que pronto saldría de
aquella monotonía gris, levante la cabeza intentando ver mas lejos cuando
aclaraba, de repente una voluta de nube barrio el cielo ante mis ojos, el
espectáculo era sobrecogedor, el mar de nubes luchaba por subir y el viento las
rizaba como el oleaje de un océano embravecido, estuve contemplando el
espectáculo un rato largo, mecido por la caricia del sol que me secaba como a
un lagarto el verano, el ir y venir de las nubes hipnotizaba mi mirada, hasta
que una brizna de consciencia hizo que me fijara en la pala blanca que había a
la izquierda, con una huella marcada y firme en toda su longitud, entonces
levanté la cabeza y pude ver la estrecha canal en la que estaba apoyado como un
pequeño muñequito, a medida que la niebla se despejaba y liberaba el terreno
por encima y por debajo de mis pies.
En un momento mi cerebro se quedó parado y solo mis músculos me
sujetaban, había subido engañado por la gasa de la niebla sin preocuparme de
otra cosa que avanzar, y ahora que se había descubierto el abismo parecía que
la cosa no era tan cómoda. ¿Subir a o bajar? Siempre me pareció que bajar una
vez en el tramo vertical no era lo mas acertado, y aun sin estar muy seguro
empecé a clavar todos mis pinchos en la pared, la sensación era de total
desprotección y la perspectiva no tenía pinta de mejorar en aquel estrecho hilo
de nieve congelada, me pasó por la mente, (que ya se había calentado por el sol
benefactor), el hecho de que ese mismo calor llevaba haciendo efecto sobre el
terreno mucho tiempo antes de que mis huesos empezaran a caminar desde el
refugio, y ese sol que calentaba impertérrito la ladera podía jugar con el
hielo haciendo que mi compromiso con la montaña tomara un rumbo que no había
programado.
Me paré en un resalte para
ajustar la dragonera, y colocar el gancho al arnés con una cinta larga, la
pendiente era mayor de lo que había hecho hasta entonces, y cada paso se hacia
más difícil a medida que avanzaba, decidí contar cada serie de pasos y
descansar, contar y descansar, hasta llegar a la cornisa que separaba la arista
del canal helado. El sonido del hierro al entrar en la nieve helada me servia
de concentración para no pensar en otra cosa, contar, uno, clavar, dos, soltar,
tres, cuatro, cinco... me paraba y miraba hacia abajo para decirme a mi mismo
que la altura no importaba, para acostumbrarme al vacío. Ahora el mar de nubes
se podía ver con mas extensión y el viento empujaba oleadas de algodón hacia lo
alto, el sol calentaba con toda su intensidad, haciendo brillar los hilos de
hielo que se fundían en agua por las pequeñas oquedades. Un poco mas, y estas
en la cornisa, un poco más. Nunca había estado tan vertical, tan expuesto. La cornisa
de nieve formaba una curva descendente que parecía una ola sacada de un dibujo
oriental, rota en surcos por el viento contrario al que la formaba soplando por
la otra vertiente. Algo insalvable desde donde me encontraba, las cornisas
siempre son algo a tener en cuenta, son bonitas y frágiles, si se intenta
cruzarla desde arriba, y más aún si se las va a escalar desde abajo sin saber
como está de agrietada. Comprobé el altímetro, estaba muy cerca de la cumbre,
la canal era un atajo directo, solo faltaba salir del atolladero en forma de
cornisa.
Busqué una grieta y coloqué un empotrador, para sujetarme un
rato, para analizar la manera de salir hacia arriba sin mucho riesgo, y sacando
la cabeza lo mas que mi cuello daba de sí, me separaba de la grieta con un pie
en el hielo y otro en la roca haciendo chirriar los crampones como la tiza en
una pizarra.
Me tomé un tiempo para recuperarme, saque el cordino y dejé la
mochila enganchada al empotrador, con un pie en el hielo y otro en la roca me
impulsaba hacia el vértice de la cornisa. La rimaya se iba haciendo más grande
y dejaba ver la nieve en fusión por sus bordes, ¡un poco mas! Ya podía ver la
cumbre. El viento, desprendía pequeñas escamas de nieve que azotaban mi cara, y
las orejas se empezaban a quejar de tanto frío. Busqué otra grieta en las rocas
que el viento desnudaba de su manto helado y coloque un seguro para hacer una
cuerda fija con la que recuperar la mochila y algún gorro de su interior, para
que el frío que entraba por el borde del casco no hiciera más quebradizas mis
pobre orejas.
Mientras hacia los preparativos, pensaba en las expediciones a
grandes cotas, las cuerdas fijas entre campamentos, lo bien que me vendría el ascendendedor
recién comprado para volver a subir por aquel cordino. Apenas seis metros entre
la arista y la canal, salvados en un pequeño rapel, mochila a la espalda
recuperar seguros y a seguir! El ascendedor corría veloz por la cuerda hacia
arriba frenando luego para poder ascender, bonito estreno, mi peso estiraba la
cuerda como un cordón umbilical, en la ascensión rápida, jumar y piolet, apenas
seis metros. La rimaya en su parte final hace un hueco mucho más grande, que se
produce por la radiación de la roca bañada por un sol que calienta nada mas
amanecer, al pisarla, el hueco que hace ente la piedra y mi bota se vuelve más
frágil y ante la presión de la planta del pie en oposición con mi cuerpo se
rompe, haciendo que el crampon choque con el fondo de la grieta helada, un
estrépito rasga la paz de hielo y un bloque de ese material cae en vertical por
el canal arrastrando algunas piedras.
No son buenas las prisas me repito en mi interior, hasta aquí
sin buenos seguros, y cuando pones uno te confías en exceso, tenia la pierna
dentro de la rimaya, y solo el jumar me sujetaba al arnés, la pierna izquierda estaba a la altura de la
cintura enganchada a la roca por los pinchos del crampon, y la otra dentro del
agujero hasta la rodilla, una imagen un tanto patética, revolviéndome para
intentar salir de aquel trance. El piolet fue la ayuda para iniciar la salida,
me faltaban manos para sujetarme haciendo oposición, entre la roca y la nieve.
Me venían a la cabeza los reproches de mis amigos, de mis
familiares, aquellas palabras de ¿Por qué vas solo a la montaña? ¿Qué sacas con
eso?
Al llegar al final de la cuerda, no me apetecía soltarme, me
había subido la adrenalina, y el susto aún aceleraba el corazón. Sacudí la
nieve que se había colado por la espalda de la mochila y saqué el gorro para
debajo del casco, un poco de agua y algo de comida, vendrían bien para seguir,
por el camino que se hacia más fácil, hacia la cima, solo tenia que soltarme, y
continuar, estuve un buen rato, como meditabundo, ausente hasta que ya el calor
me reconfortó lo suficiente como para decidir seguir.
Caminaba pensando cada paso, mirando hacia la vertiente que el
viento batía sin cesar, las nubes parecían mas lejos y formaban una ola
continua que bajaba por la ladera abrazando la montaña, en la cumbre, lejos del
peligro, me quede absorto mirando el paisaje de cielo y nubes luchando por
cambiar de altura. Me sentí solo y libre en aquel momento, lejos del mundo,
acariciado por un viento que traía consigo pequeños trozos de agua helada
arrancada del mismo sitio por donde había subido, como un aviso de mi condición
vulnerable, aún me queda la bajada, aunque ya por el camino que dibuja la
arista.
Volvería a meterme entre las nubes, a sumergirme en ese océano,
sin visibilidad, buscando cada resalte, intentando adivinar la bajada, rebañando
cada milímetro para poder localizar las huellas de alguien que ya haya subido y
me devuelvan al valle, para poder regresar al recuerdo.
Al impulso de volver.
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